cambiadole titulo al cuento del mostro.

Diego de Quilmes (esto me hace acordar a viejos correos sentimentales de las revistas de mujeres, por ej. "desesperada de venado tuerto") me mandó un cuento. Yo ni siquiera voy a poner el titulo que él propuso, sino que, arbitrariamente,como corresponde a una editora jefe, se lo voy a cambiar. Los artistas despues se quejan pero si un buen editor no llegarian a ningun lado. Es un cuento de tortas, que estan fritas.
Entonces, en la seccion de cuentos eroticos de personas que no escriben cuentos eroticos
"Tené cuidado con lo que vas a decir cuando abras la boca"

María Pía solo tiene 14 tímidos años.  Criada en una familia de rancia prosapia, profundamente católica, papá militar, mamá ama de casa y catequista.  La mayor de cinco hermanos.  
En el tórrido verano porteño, concurre con sus apuntes a lo de Lola, la profesora de inglés que su madre le ha conseguido para que le de una mano.  Ella hubiera preferido a Juan Carlos, su vecino estudiante de Historia, pero su madre se ha opuesto con un "que dirán los vecinos, una niña como vos a solas con un hombre... encima piensa feo, capaz que es zurdo!".  Así que ni modo, toca el timbre de la casa de "Las Cañitas" y espera pacientemente, preguntándose que clase de vieja chupacirio le tocará soportar los próximos 15 días. 
Sorpresa cuando una joven apenas más grande que ella le franquea la puerta.  Lola es alta, tiene el cuerpo bronceado trabajado en el hockey.  Lleva el pelo rubio muy corto, a lo varón.  Y tiene unos increibles ojos verdes.  Solo lleva puesto una musculosa, un short de Quilmes A.C. y una increible sonrisa .
Lola le hace leer en voz alta unos párafos de un libro de Jeanette Winterson.

María Pía primero lee sin pensar, pero el texto está lleno de imágenes del amor entre dos mujeres, tan explícitas, que no puede ocultar su turbación.  Y de repente, siente una mano de Lola en su muslo, que comienza a subir suavemente, alzando su pollera.  Sin embargo sigue leyendo.
 
El olo de Lola, su calor, todo le encanta y la excita.  Deja el libro a un lado.
Sus brazos la recorren, la dibujan y María Pía lo intenta a su vez, con pulso tembloroso.
- Tranquila –le susurra Lola a María Pía.
Suspira, en parte por calmar sus nervios, en parte por esa mano que acaricia levemente su entrepierna sobre la fina tela de su ropa interior.
- Besame –la oye junto a su oído.
Sin conciencia, intentando recuperar algo del control de su cuerpo, la besa, tumbándola, poniéndose ligeramente sobre ella y arrancándole la camiseta para poder acariciarla directamente.
Sí, ahora es su turno para que su cerebro deje de mandar sobre ella.
Besa su boca, su cuello, baja por su pecho, haciéndose con esos dos maravillosos montículos de carne y piel donde se concentra momentáneamente con sus rosados pezones.
Y se pregunta como demonios seguir porque, ¿lo he dicho ya? Ah, no. María Pía es virgen.
Jamás lo ha hecho, hasta ese momento.
No se lo ha dicho, le da vergüenza, y espera que ella no se de cuenta.
- Seguí –suspira Lola.
Se descubre con sus manos en el epicentro mismo de su deseo, mientras no abandona esos pechos que la tienen muy ocupada.

¡Hey! ¡Parece que le gusta! -piensa María Pía y no puede creerlo.
La respiración de Lola se vuelve agitada, su cuerpo se arquea, comienza a gemir al tiempo que pequeñas convulsiones invaden su cuerpo.  Así que eso es su orgasmo.  Le encanta.

- Dios, no pares –sigue suspirando Lola.

Y la sola mención del temido dios, del iracundo, castrador y terrible dios de sus padres y las monjas del colegio, hace que se paralice, se aparte y corra hacia la puerta, llorando.

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