La vuelta al hogar

y aproximadamente a las cinco y media, cuando empieza a clarear, el viejo criado le abre la puerta de la casa natal.
Viene de haber desconocido todas y cada una de las categorías kantianas. Él aprovecha, va y hace pis -es ya mayor, la vejiga no es lo que era- y la acomoda entre las sabanas
Trata de entender que pasó esa noche por los restos: a veces ella fue feliz, parió hijos de alguno, o bailó con gracia de cubana, o se tomó todo. Otras veces es un despojo de carne rota por la Revolución (cualquier revolución, hasta puede haber cabalgado en la grupa de Atila) o claramente luchó con tigres.
El viejo criado la arropa con esa frazada de polar doble que compramos hace poco, le susurra que se duerma de una buena vez, te diría que la cuida como a un niña chica.
Antes se ocupó de ir arrancándole las pegas de la bruta noche. Enguaja sus lagañas, le borra lo pintado en la espalda, le cambia los interiores sangrados como una bandera que fue tomada por el enemigo.
Sabe que en la vigilia ella ha visto crecer el árbol, lo ha protegido del viento. Que ella le dio tiempo a la siembra para sacar cosecha. No le importa que a la noche la muy bandida ande de juerga y venga amanecida y borracha y hasta algunas veces venga literalmente muerta.
Ambos se acuestan, un rato mas. El viejo criado repasa los dolores de la artrosis, ella piensa se terminó una jornada.
Y así cada madrugada.


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