Cosas chinas.

Somos (todos) como La ciudad prohibida de Pekin.
Tenemos novecientos ochenta cuartos, aunque para hacerlo mas fácil, o por una cuestíon de efecto, decimos que tenemos mil,
Es decir que nos jactamos de veinte cuartos que no tenemos
Al supremo hacedor no le importa el sistema métrico decimal. Y parecería que 980 no nos alcanzan y tenemos que farolear, y eso nos hace sentir imbéciles.

Hay muros y fosos alrededor nuestro, pero también hay puentes donde pasan los de la casa,  los turistas, que van desde el interés a quienes nos miran mas o menos desaprensivamente.

A diferencia de la ciudad púrpura una de nuestras torres no fue reconstituida, por eso andamos rengos por la vida. Es que no contamos sino con chapuceros que no hicieron bien su trabajo. Harto nos habría hecho falta un carpintero inmortal  En su falta, portamos cicatrices, secuelas de enfermedades y hemos perdido la simetría.

Hay una via, por la que solo podemos ingresar nosotros, o tal vez alguien, alguna vez, quiza. En la ciudad prohibida allí cabalga el emperador y la emperatriz en el día de su boda. Y en nosotros aquellos (contados con los dedos de una mano) a los que les mostramos nuestra alma y les pedimos que la cuiden. Algunos no lo hacen.

Hay otra puerta por la que saldremos indefectiblemente una vez y esa es la Muerte

No importa lo que postule el postmodernismo, si ud. observa con cuidado,  y tal vez muy desvaída para el observador casual, hay una linea roja que separa aquel lugar donde se resuelven los asuntos de Estado, y tambien se venden baratijas,  y el área de lo privado. Cuando alguien pasa sin nuestro consentimiento, se encienden las alarmas y el intruso sale con una letra escarlata indeleble.

Mas quisiera yo tener un Salón de la Armonía Suprema, un Palacio de la Tranquilidad Terrenal, un Palacio de la Longevidad Tranquila.

Nada de eso hay en mi ciudad prohibida. Solamente pasadizos secretos que conducen a cuartos sin salida, escaleras escherianas que cuando las termino de subir estoy bajando, miradores donde se ve lo perdido (son salones de alivio y salones de llorar, y salones de mirar fotos y de cantar canciones viejas), y tambien  tengo cuartos de servicios, llenos de deshechos

No todo es pasado, también hay estancias luminosas, llenas de ventanas, salones de recibir amigos y tomar cerveza, y algunos donde se huele el olor acre del miedo y en otros el sabor a miel y almendras de la Felicidad Compartida.

Son novecientos ochenta cuartos. A pesar de eso, siempre transito por los mismos. A veces agarro la via de la Emperatriz y me pongo a correr hasta sudar y despues me siento aliviada. Otras me guardo en una estancia oscura y cuando me llaman no contesto. Cuando escribo trato de visitar cuartos alejados y me siento allí y pienso.

Muchas noches he deambulado en sueños por los novecientos ochenta cuartos y encontre formas de la felicidad y cuartos llenos de cosas olvidadas en este transito que no será infinito. En el insomnio sin pastillas tengo mis cuartos elegidos. No querrás saber de eso.

Y a veces invito a gente a entrar en la zona privada y le muestro mis riquezas, mi oro, me gusta que vengan a ver lo  que hay en la ciudad prohibida.Algunos saben apreciarlo. Otros miran prestos sus celulares, pensando que no tienen tiempo, que deben volver a su vida rapido, que no hay que perder el tiempo, que no valío la pena, a quien interesan esas estúpidas cosas chinas.




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