las pibas de la visita, revisitada.

como no hago mas que quejarme y bloguear sueños verdaderos, tengo que acudir al archivo Y dale con que no puedo escribir cuentos y además no me gané ni una minima mención en el Concurso de mujeres viajeras, desde ese "no puedo" tan vodka, tan choto que me come la carne como un bicho salvaje,  doy vuelta la taba publicando (publicandome)  un cuento donde si pude.
Puedo muchas veces, pero, tal como una vez hablamos con Pablo Libre (que lo debe haber olvidado porque fue hace años) si el exito y el fracaso son dos impostores ¿que nos pasa que le damos mas entidad al fracaso que al exito?
Este cuento me gusta. Hoy lo linkie al tuiter y de verdad me gusta.
Lo escribi yo.

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Las pibitas de la visita.
Tengo un sueño recurrente. Me junto en una esquina con todas mis edades a discutir quién tuvo la culpa. Los más chicos siempre salen ilesos.
Hugo Coletti
En la sala de cirugía, mientras contaba para atrás, diez, nueve, ocho, entre el intervalo entre el ocho y el siete recordé los doce años. Después me dormí y vi lo que le pasaba  como en una película.
No era más que una chocolata marrón, espesa y escasa. No me estaba desangrando y no tenía ni ganas de devolver ni retorcijones de barriga. La había pedaleado poniéndome un rollito de papel higiénico (gris, barato, no  esos que tienen perritos y son blandos como algodones y tersos como el culito de un bebe) para no chorrearme la pierna, cosa altamente improbable con ese chuño en la bombacha con elástico. Eso si, me había puesto una que no tuviera el elástico flojo, ¡imagínate si encima tenia que andar subiéndome los calzones!.
Que ni se les ocurriera a un ramo de flores, un debut triunfal con hermanos varones y padres aplaudiéndola. Mejor muerta que ese sainete. Simplemente había que dar el paso y decirle a  madre el abracadabra al nuevo, inevitable status que las tetitas habían ido cantando, el estirón, el “ser señorita”  Había que agarrar y decir me vino
Bueno, era simple pero no estaba dispuesta
Mientras no lo dijera  nada cambiaría. Los varones podían seguir siendo amigos, no tendría que llevar cuentas en el almanaque, ni podría quedar embarazada como esa chica de la villa, que tenia mas o menos su edad y ya cargaba con su hijo, mugriento y mocoso, la que pedía con el carro la ropa que sobraba en casa.
No lo postergaba por cobarde: lo que se me complicaba era encontrar el tono de voz adecuado ¿vergüenza? ¿alegría? ¿complicidad? ¿recato? ¿miedo? ¿sorpresa? ¿inocencia?   Postergaba la escena, y cuanto mas la postergaba mas difícil se hacia. Los cambios no son fáciles, lo había dicho la de Johnson y Johnson. Le había quitado espontaneidad.
Odiaba la posibilidad de la charla. Madre, devota del saber televisivo, tenia la obligación moderna de dar una charla y la veía venir con terror, solo ambas tratando de reproducir un sketch televisivo, esquivando las cosas importante. Todos lugares comunes: ahora tenes que cuidarte de los hombres. ¿ahora?, y antes? ¿y como? Bla bla bla, y mezclando poca ciencia y superstición heredada:  no lavarse la cabeza porque una prima de alguien, lavandosè se había vuelto loca. ¿O la que se había vuelto loca había sido por hacer mayonesa o prender el horno?. Difícil entender porque el horno tenia que ver con la chocolata, pero la sangre se sube a la cabeza. Y te viene una embolia, o algo así. La sangre de abajo se va para arriba. Fatal.  Una operación de apéndice, que te saquen las amígdalas, que te tengan que internar y al final estas esperando un hijo o te agarra un cáncer y te vas a morir, todo mezclado. Peligro inminente, ojo con correr o andar en bicicleta. Dicen que ser mujer duele: dicen que duele ser de un hombre, que duele parir, que duele andar con Andres “el que viene una vez por mes”. Olvidate de nadar, pero jamás iba a San Clemente, así que eso no era problema.
Por ahora nada de dolor. Nada, ella era siempre un fracaso: ni siquiera lloró cuando termino el séptimo grado, unos días atrás. Quería impostar las lagrimas y no salía nada. Y ahí, la Amitrano llorando, y los varones palmeandole la espalda, y las amigas haciéndole el corito de lloronas, siempre esa Amitrano dando la nota. Esa seguro había tenido ramo de flores y que le había dolido y tenia una cajita de Saridon de lata, hermosa,  donde guardar después la gillete para sacarle la punta a la caja de lapices Conte de 24 colores.
Cierta certeza de que mujeres eran las otras, de que nunca alcanzaría la información, ni siquiera la clase donde habían venido las doctoras del Modess, la información pavota de su madre, culposa y aburrida y sobre todo inservible, la idea sobrevolando de que ser mujer tenia que dar vergüenza u orgullo y ella no sentía ninguna de las dos cosas. Y que hijos tuvieran las otras, ella no se iba a morir sacando una cabeza grande como una pelota numero cinco del agujero de hacer pis.
Igual podía ser todo mentira,(nos han mentido tanto) hasta ahora no se estaba desangrando, no le dolía y después de piyar renovó el rollito de papel higiénico (gris gris gris) y agarro la bici y salió. Ser mujer podía esperar otro mes.
Sin embargo algo hay, el olor de la sangre es verdadero, y me duele mucho. Esto no es un sueño
Cuando pensé en que tenia que decir seis me desperté, alrededor mio ese movimiento de quirófano que recuerda vagamente la coreografía de los mozos que levantan al terminar una fiesta.  Entonces trato de hablar,  los médicos  me alientan, me confortan con palabras que no están dirigidas a mi, sino que son palabras que dicen por que las aprendieron a decir.  Pienso en que me voy a casa. Cierro los ojos, me llevan en una camilla con rueditas, hay luz arriba, debe ser el sol,  voy cruzando este parque, de nuevo el sol, poncho de los pobres, y  todo es tan real (los edificios, la cara de los que pasan, el peso de la bolsa donde llevo la compra del día) y  la  Silvia que me dijo que me dejara de joder, que eran ensoñaciones, trampas de la buena de la morfina. Pero no. Ellas vinieron. Todas menos una sonreían. Me cuidaron y se los debo.
La más chiquita tenía pañales de tela, el pelito duro, y apareció en la cama como si en vez de estar en  terapia intensiva yo estuviese en una sala de maternidad. Tenia, pobrecita, un olorcito suave a pis, a colonia de bebe, a eructo de leche de teta. Coloradita de llorar, chiquita y negra, la veía berrear, pero yo no la escuchaba. A nadie escuchaba entonces. Me venían a visitar –no se si para cumplir o que- y eran una procesión, en un episodio de la tele sin voz. Yo le puse mi dedo alrededor de su pequeña manito, y, respondiendo a un reflejo (babinski me decía la cabeza que daba vueltas) me agarró fuerte, y se me acomodó sobre la panza, y así me pude dormir,  corazón con corazón, panza con panza, acompasando los ritmos por debajo de la mascara de oxigeno. No sé porque el cableado no molestaba. Las dos juntas y de alguna manera nos acompañamos .Me tranquilizó porque apenas había llegado,sentí que mi cuerpo se sacudía como a una alfombra llena de mugre. Me estaba mirando desde arriba, hasta que vino la bebe, aterrice en la cama, le agarré el dedito  y me acovache.

Otro día (el tiempo en los hospitales no se mide por el reloj, cinco enfermeras mas tarde, uno en la cama de al lado que se llevaron finado, o por ahí en dolores: tres dolores después, veinte pinchazos) la vi a la otra. Una especie de ballerina rante, de suburbio. la remerita marrón con rayas horizontales, de manga corta y pollera plisada. Debo decir pollerita, perdónenme. Y las piernas llenas de cicatrices de granos, raspones, mugre en las rodillas. Era tan de noche, con las lunas de las luces de las camas, lunas nubladas,  y ella se balanceaba en el barral como un mono. El flequillo se le dividía en dos por un remolino. Y hablaba mucho.  Quería entretenerme. La miraba como a una película muda que sin embargo descifraba desde el silencio. Creo que me hacia burla para que la imitara, pero la morfina no me dejaba seguirle el juego.. Esa me acaricio la cabeza, y me entraron unas ganas de llorar tremendas. Se quedo mucho tiempo, contándome películas como si fuera un personaje  de Puig. Las películas son buenas para no morirse. Mientras te las cuentan no te morís.
La gordita tenia como 10 años, venia con unos libros, los zoquetes caídos. Se ve que se los habían dado para que se estuviera quieta. Se hacia la agrandada, yo le conocía las mañas .Usaba palabras difíciles y me daba un poco de risa con ternura. Ahí estaba todo lo que sería. Tenia las cejas gruesas, un pantalón streech, y se puso a contarme los cuentos del libro Corazón, lo que le paso a Robinson Crusoe, lo aburridas que eran las clases de guitarra, lo perras que eran las nenas de la escuela. Después, como la anterior, siguió con una película del continuado. Era Descalzos en el Parque. Parloteaba como si fuera un libro. Me estaban llevando en una silla de ruedas, a un estudio en la planta baja. Menos mal que iba con ella, me pude distraer, olvidarme de todo, y dejar que los médicos hicieran lo suyo,cruento o doloroso. Me pidió que le enseñara a silbar, a subirse a un árbol, me llenaba de cosas para que no pensara.

Una noche me desperté y me sentía tan bien que me acordé de la mejoría de la muerte ¿Uds. escucharon que las personas que están por morirse de repente se mejoran?. Le dije a la enfermera que llamara a mi marido, que me trajeran otro camisón, que me quería bañar, que quería escribir unas cosas. Yo no estaba excitada, simplemente tenia muchas cosas que hacer si me iba a morir. Muchas tambien si iba a vivir. La enfermera salio rápido y  volvió con una jeringa, Me desesperé por que me di cuenta que me iban a poner algo para dormirme en el suero. Y en el sueño, mientras caía, vinieron tres: la de trece, la de dieciséis y una que había empezado a ir a la facultad.

Ellas me llevaron al río. en volandas.  Me sacaron del hospital por la ventana, sin alfombra mágica a puro pulso, agarrandome como ángeles.  Sabían que a mi me gustaban las aguas , y que me gustaba la luna,  y me acunaban en el rio como si cada una hubiera agarrado un pedazo de sabana y pudieran hacerme volar en aguas tibias. Vos no te podes imaginar lo que era la luna, Era tan enorme, tan plateada, se me hace un nudo en el alma al querer contártelo.

Me decían cosas en un idioma de mujeres que no se reproducir. Era una danza circular, pero de suaves olas de mar en el rió, Yo necesitaba agradecer, preguntarles cosas, pero el abotagamiento y el bienestar de saber que no me iba a morir sola, que me cuidaban, me llenaba de lágrimas el cogote y no podía hablar.  Sábanas de holanda y  no las áridas sábanas de hospital. Me daban a oler flores frescas, y albahaca, y tierra mojada. Y cayendo cayendo cayendo, con musica de Almendra.

Hubo mas, una embarazada, otra cuarentona, hubo muchas mas. Me traían mis fetiches, cada uno de ellos. Cada una con lo suyo: títeres de dedo, moneditas de I ching, poemas de tres por cuatro. me canturreaban tanguitos, me daban ánimos. Les dije que le tenía miedo a los circos de pobre, a los coches con cola de pez, a los hombres de bigote finito. A hacer el ridículo. A que no me quisieran lo suficiente.  Ellas cantaban. y me hacían cantar para adentro.

La ultima la encontré en el espejo, De este lado del azogue, ya estaba mejorcita, con el esparadrapo en la cabeza, pelada y vendada, tan flaca al fin .Del otro lado estaba la otra, la única que no sonreía. Esa me pedía cuentas. Como la chiquita del primer día olía a vomito. Pero a vomito de grande, de vino rancio. De comida pasada. Tenia una herida de bala con sangre seca en rededor. Me preguntaba por que. Yo no quería darle explicaciones. Me la encontraba en el espejo del baño cuando empecé a caminar, cuando no necesite la chata ni la comida endovenosa.

Le pregunte al enfermero de la mañana, que era muy atento, donde estaba. El creía que le preguntaba donde estaba yo, y me decía “mamita estas en el hospital, quedate tranquila, reina, se te ve bien, te vas a curar, yo soy adivino, jamas me equivoco”. Y no, yo le preguntaba donde estaban ellas. Me respondió trayéndome un te que me quería dar a tomar en cucharita. Vomite, claro.
Y ahora acá me ves, si no lo hago por mi, lo tendré que hacer por ellas.  Yo las mire a la cara una tarde y me pidieron que hiciera el intento. En eso estamos. Parecían buenas minas.

Comentarios

El Demiurgo de Hurlingham ha dicho que…
Me recuerda el estilo de Cortazar, especificamente La señorita Cora, solo que la protagonista de tu cuento sigue viva.
Bien contado.

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